viernes, 25 de julio de 2014

Un poema de Antonio Praena

GRÚAS

Me conmueven las grúas en invierno.
Parecen estar vivas y cumplir
su vértigo llenándose de grajos
que bordan en su acero un pentagrama.

La esencia de las grúas son las aves
de paso. Las cruces de este siglo,
donde todo se mueve, son las grúas:
inmóviles, calladas, imposibles.

Yo he querido ser grúa muchas veces,
recibir la nevada antes que el mundo,
los pájaros, los rayos matutinos…
y ser desmantelado cuando acabe
la obra en la que elevo humilde carga.

Las grúas son amigas de los pájaros.
Que vengan y se posen en mis hombros
mientras huyen del frío es mi deseo.
Que canten para mí, ser para ellos
el árbol más sencillo, pues apenas
un eje vertical y un brazo abierto
conforman mi estructura permanente.
(Vendrá la muerte a dar vida a este sueño
haciéndome también ave de paso).

Y, mientras, ser tan sólo un trasto útil
entre el cielo y la tierra. Algo invisible
a los ojos de todos pero nunca
al ojo diferente de los grajos.

ANTONIO PRAENA


martes, 17 de junio de 2014

Un poema de Alejandro Céspedes

¿QUIÉN POSEE A QUIÉN?

Es verdad que los muertos nunca se llevan nada. Lo dejan todo aquí, desparramado, exigiendo recuerdo en su protesta: gafas, llaves, teléfonos, zapatos, bolsos abiertos, agendas ya cerradas. Restos esparcidos sobre una carretera.

Ando sobre rastrojos de difuntos. No sé qué hacer con este sedimento de otras vidas que aparece sin causa razonable y cruza su traspié en mi camino.

A quién debo entregar estas herencias que dos nuevos cadáveres con los brazos abiertos, obscenamente abiertos ante mí, me piden que recoja.

Sus ojos como anzuelos.
Su cebo en el asfalto.
La mesa del recuerdo está servida.

Un joven policía estrena guantes.

ALEJANDRO CÉSPEDES




viernes, 6 de junio de 2014

Un poema de La Fatalidad, de Fermín López Costero

ALAS

Un día también fui joven,
como esas muchachas que hoy recelan
de mi aspecto
y evitan cruzarse conmigo
echando a volar como libélulas.

Un día, yo también lucí alas espléndidas,
capaces de elevar mi espíritu
por encima del filo homicida
de las cordilleras.

Pero hoy, aquellas alas está desnutridas
y su plumaje se encuentra sucio y ajado.
Inservibles están
para emprender ningún vuelo.

Recogidas sobre mi espalda,
pronto se desplegarán por última vez
cuando hayan de servirme de mortaja.

FERMÍN LÓPEZ COSTERO


lunes, 21 de abril de 2014

Un poema de Julio Rodríguez

HOSPITAL

Me miraba en silencio, recostado
en la cama extraña donde yacía,
sin moverse apenas,
sobre el duro colchón de aquella vida
que le había tocado en suerte.
Me miraba sin rabia ni ternura,
con lentitud, (¿qué prisa
ha de tener quien sabe que la muerte
le ha echado el guante y no se piensa ir sola?).
Su cuerpo era un saco de cemento
que los años habían dejado caer
sobre aquella cama de hospital.
Tendría unos ochenta años,
con cierto parecido a Anthony Quinn
en sus últimas películas,
un campesino rudo de los Abruzos,
tal vez un albañil, un hombre de esos
capaces de construir
su casa con sus propias manos.
Me miraba esperando que le dijera algo,
cualquier cosa; no en vano,
ningún extraño se acerca
a un moribundo sin una buena razón.
Pero no dije nada: no sabía su idioma
ni sabía entonces que el dolor
habla la misma lengua en todas partes.
Sólo supe quedarme allí plantado,
aguantándole la mirada, mientras
en la cama de al lado la enfermera
extendía una sábana
sobre el cuerpo muerto de mi padre.

JULIO RODRÍGUEZ



sábado, 15 de marzo de 2014

En un atasco, poema de "¿Para qué sirve el frío?"

EN UN ATASCO

Me insulta una mujer desde la acera
porque he invadido
-perdida en un atasco-
su derecho al paso de peatones.

Tengo el tiempo contado
y el pelo sin peinar.

La dependienta, que observa mi retraso,
me mira mal
y me hace una advertencia.

Mi cabello se va enredando más
mientras la escucho.

Y se me olvida, otra vez,
en que año estoy
de mis muchas infancias superpuestas.

JULIA CONEJO



viernes, 7 de febrero de 2014

Un poema de Tres mujeres, de Sylvia Plath

Soy yo misma otra vez, no hay cabos sueltos.
Desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.
Soy plana y virginal, lo que quiere decir que nada ha sucedido,
nada que no pueda ser borrado, raspado y rasgado, empezado
de nuevo.
Estas ramitas negras ya no piensan en florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas, sueñan con la lluvia.
Esta mujer que encuentro en los escaparates -está impecable.

Tan limpia que es transparente, como un espíritu.
Tímidamente superpone su pulcra persona
al infierno de naranjas africanas, de cerdos colgados de las patas.
Está volviendo a la realidad.
Soy yo. Soy yo.
Saboreando la amargura entre mis dientes.
La incalculable maldad de cada día.

SYLVIA PLATH