
lunes, 28 de abril de 2014
lunes, 21 de abril de 2014
Un poema de Julio Rodríguez
HOSPITAL
Me miraba en silencio, recostado
en la cama extraña donde yacía,
sin moverse apenas,
sobre el duro colchón de aquella vida
que le había tocado en suerte.
Me miraba sin rabia ni ternura,
con lentitud, (¿qué prisa
ha de tener quien sabe que la muerte
le ha echado el guante y no se piensa ir sola?).
Su cuerpo era un saco de cemento
que los años habían dejado caer
sobre aquella cama de hospital.
Tendría unos ochenta años,
con cierto parecido a Anthony Quinn
en sus últimas películas,
un campesino rudo de los Abruzos,
tal vez un albañil, un hombre de esos
capaces de construir
su casa con sus propias manos.
Me miraba esperando que le dijera algo,
cualquier cosa; no en vano,
ningún extraño se acerca
a un moribundo sin una buena razón.
Pero no dije nada: no sabía su idioma
ni sabía entonces que el dolor
habla la misma lengua en todas partes.
Sólo supe quedarme allí plantado,
aguantándole la mirada, mientras
en la cama de al lado la enfermera
extendía una sábana
sobre el cuerpo muerto de mi padre.
JULIO RODRÍGUEZ
Me miraba en silencio, recostado
en la cama extraña donde yacía,
sin moverse apenas,
sobre el duro colchón de aquella vida
que le había tocado en suerte.
Me miraba sin rabia ni ternura,
con lentitud, (¿qué prisa
ha de tener quien sabe que la muerte
le ha echado el guante y no se piensa ir sola?).
Su cuerpo era un saco de cemento
que los años habían dejado caer
sobre aquella cama de hospital.
Tendría unos ochenta años,
con cierto parecido a Anthony Quinn
en sus últimas películas,
un campesino rudo de los Abruzos,
tal vez un albañil, un hombre de esos
capaces de construir
su casa con sus propias manos.
Me miraba esperando que le dijera algo,
cualquier cosa; no en vano,
ningún extraño se acerca
a un moribundo sin una buena razón.
Pero no dije nada: no sabía su idioma
ni sabía entonces que el dolor
habla la misma lengua en todas partes.
Sólo supe quedarme allí plantado,
aguantándole la mirada, mientras
en la cama de al lado la enfermera
extendía una sábana
sobre el cuerpo muerto de mi padre.
JULIO RODRÍGUEZ
sábado, 15 de marzo de 2014
En un atasco, poema de "¿Para qué sirve el frío?"
EN UN ATASCO
Me insulta una mujer desde la acera
porque he invadido
-perdida en un atasco-
su derecho al paso de peatones.
Tengo el tiempo contado
y el pelo sin peinar.
La dependienta, que observa mi retraso,
me mira mal
y me hace una advertencia.
Mi cabello se va enredando más
mientras la escucho.
Y se me olvida, otra vez,
en que año estoy
de mis muchas infancias superpuestas.
Me insulta una mujer desde la acera
porque he invadido
-perdida en un atasco-
su derecho al paso de peatones.
Tengo el tiempo contado
y el pelo sin peinar.
La dependienta, que observa mi retraso,
me mira mal
y me hace una advertencia.
Mi cabello se va enredando más
mientras la escucho.
Y se me olvida, otra vez,
en que año estoy
de mis muchas infancias superpuestas.
JULIA CONEJO
viernes, 7 de febrero de 2014
Un poema de Tres mujeres, de Sylvia Plath
Soy yo misma otra vez, no hay cabos sueltos.
Desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.
Soy plana y virginal, lo que quiere decir que nada ha sucedido,
nada que no pueda ser borrado, raspado y rasgado, empezado
de nuevo.
Estas ramitas negras ya no piensan en florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas, sueñan con la lluvia.
Esta mujer que encuentro en los escaparates -está impecable.
Tan limpia que es transparente, como un espíritu.
Tímidamente superpone su pulcra persona
al infierno de naranjas africanas, de cerdos colgados de las patas.
Está volviendo a la realidad.
Soy yo. Soy yo.
Saboreando la amargura entre mis dientes.
La incalculable maldad de cada día.
SYLVIA PLATH
Desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.
Soy plana y virginal, lo que quiere decir que nada ha sucedido,
nada que no pueda ser borrado, raspado y rasgado, empezado
de nuevo.
Estas ramitas negras ya no piensan en florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas, sueñan con la lluvia.
Esta mujer que encuentro en los escaparates -está impecable.
Tan limpia que es transparente, como un espíritu.
Tímidamente superpone su pulcra persona
al infierno de naranjas africanas, de cerdos colgados de las patas.
Está volviendo a la realidad.
Soy yo. Soy yo.
Saboreando la amargura entre mis dientes.
La incalculable maldad de cada día.
SYLVIA PLATH
miércoles, 15 de enero de 2014
viernes, 10 de enero de 2014
Un poema de Las sumas y los restos, de Ana Pérez Cañamares
Hay palabras que se van cerrando
como bares viejos
para abrir zapaterías.
Palabras que nunca más pronunciaré
con naturalidad. Palabras que
para siempre sólo serán citas.
Nunca viví dentro de la palabra
abuelo. Abuelo era el título de un cuento
escrito en otro idioma.
Madre fue una palabra temida y adorada
un tótem levantado en medio de La Mancha.
Padre un pasillo en el que nunca
me detuve por mucho tiempo.
Palabras cerradas.
Juguetes de la infancia que ya
no se fabrican.
como bares viejos
para abrir zapaterías.
Palabras que nunca más pronunciaré
con naturalidad. Palabras que
para siempre sólo serán citas.
Nunca viví dentro de la palabra
abuelo. Abuelo era el título de un cuento
escrito en otro idioma.
Madre fue una palabra temida y adorada
un tótem levantado en medio de La Mancha.
Padre un pasillo en el que nunca
me detuve por mucho tiempo.
Palabras cerradas.
Juguetes de la infancia que ya
no se fabrican.
ANA PÉREZ CAÑAMARES
lunes, 30 de diciembre de 2013
El hambre de estar vivo, un poema de Muñecas recortables
EL HAMBRE DE ESTAR VIVO
Algún arroyo ha tenido
que brotarte del pecho
en las tibias mañanas de verano
que peinaron tus sueños.
Algún sordo rencor
has debido de escupir
entre los pliegues absurdos que el dolor
ha dibujado
a la orilla del río
en el que agonizaban
docenas de cangrejos.
No hay oración que te hayamos escuchado,
ni recuento de imágenes amables
que alivien el avance
implacable de las llamas.
Y no te hemos oído gritar
que estás aquí,
como siempre,
despejando las hierbas del camino,
aunque tu silueta
sea sólo una sombra que se va desgastando
poco a poco
al rozar las paredes.
No te hemos visto mordiéndote las uñas
hasta arrancarte los dedos
uno a uno.
Ni hemos sentido tu piel erosionada
con los zarpazos
del hambre
de estar vivo.
JULIA CONEJO ALONSO
Algún arroyo ha tenido
que brotarte del pecho
en las tibias mañanas de verano
que peinaron tus sueños.
Algún sordo rencor
has debido de escupir
entre los pliegues absurdos que el dolor
ha dibujado
a la orilla del río
en el que agonizaban
docenas de cangrejos.
No hay oración que te hayamos escuchado,
ni recuento de imágenes amables
que alivien el avance
implacable de las llamas.
Y no te hemos oído gritar
que estás aquí,
como siempre,
despejando las hierbas del camino,
aunque tu silueta
sea sólo una sombra que se va desgastando
poco a poco
al rozar las paredes.
No te hemos visto mordiéndote las uñas
hasta arrancarte los dedos
uno a uno.
Ni hemos sentido tu piel erosionada
con los zarpazos
del hambre
de estar vivo.
JULIA CONEJO ALONSO
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