martes, 24 de julio de 2012

Un poema de Dylan Thomas

NO ENTRES DOCILMENTE EN ESA NOCHE QUIETA

No entres dócilmente en esa noche quieta.
La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día;
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.

Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no ensartaron relámpagos
no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo
con que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Los locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera
y aprenden, ya muy tarde, que llenaron de pena su camino
no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los solemnes, cercanos a la muerte,
que ven con mirada deslumbrante
cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse
y arder como meteoros
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Y tú mi padre, allí, en tu triste apogeo
maldice, bendice, que yo ahora imploro
con la vehemencia de tus lágrimas.
No entres dócilmente en esa noche quieta.
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.

DYLAN THOMAS 
(Traducción de Elizabeth Azcona Cranwell)

domingo, 22 de julio de 2012

Deshielo a mediodía, de Tomas Tranströmer


DESHIELO A MEDIODÍA

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.

El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío
a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.

Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.

El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.

Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».

Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.

Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.

TOMAS TRANSTRÖMER

jueves, 19 de julio de 2012

Un poema de Nicanor Parra



APROVECHO LA HORA DEL ALMUERZO

Aprovecho la hora del almuerzo
para hacer un examen de conciencia
¿Cuántos brazos me quedan por abrir?
¿Cuántos pétalos negros por cerrar?
¡A lo mejor soy un sobreviviente!

El receptor de radio me recuerda
mis deberes, las clases, los poemas
con una voz que parece venir
desde lo más profundo del sepulcro.

El corazón no sabe que pensar.

Hago como que miro los espejos
un cliente estornuda a su mujer
otro enciende un cigarro
otro lee Las últimas noticias.

¡Qué podemos hacer, árbol sin hojas,
fuera de dar la última mirada
en dirección del paraíso perdido!

Responde sol oscuro
ilumina un instante

aunque después te apagues para siempre.

NICANOR PARRA

domingo, 15 de julio de 2012

Isla de Jersey, poema de "Muñecas recortables"



ISLA DE JERSEY


En la isla de Jersey
no se venden pijamas de franela
con tonos violeta.

Ni corbatas de cachemire en seda.

A veces hace frío.

Un frío parecido al que se siente
en las yemas de los dedos
al tocar un pez muerto.

Pero nunca es invierno. 

Los estudiantes celebran cada día
el fin de curso
con barbacoas que organizan
en el atardecer intacto de sus escasos años.

Cada noche se abren las puertas de la iglesia
para que acudan vecinos y turistas
a oír el coro de la catedral de Winchester
en un concierto de voces infinitas
que han sido desde siempre
la sintonía única
de todos los canales y emisoras
de la isla.

A Jersey no han llegado todavía
las redes de internet,
ni los ipods,
ni las pantallas táctiles.

Porque en cualquier rincón de Jersey
siempre es verano del 91

y siempre hay un teléfono que suena
para anunciar la muerte de mi padre.

JULIA CONEJO  



miércoles, 11 de julio de 2012

Préstamos de nieve, un poema de Katy Parra



PRÉSTAMOS DE NIEVE

Me prestaron la infancia,
y con ella hice cálculos
y extraños sortilegios,
hasta llegar a conclusiones desastrosas.
Después dosifiqué aquella tristeza
-que heredé no sé cómo
ni de qué antepasado-
e intenté ser de acero inoxidable
para no sucumbir a la locura.
Mas, como no podía
arrancarme el invierno de los ojos,
los cerré firmemente
para poder soñar
y empecé a contar versos heptasílabos
como una pobre idiota
hasta que me cansé de ser yo misma.
Y una tarde de abril o de diciembre
-solamente recuerdo que hacía frío-
me declaré insolvente
y repartí mi herencia entre los pájaros.

KATY PARRA

lunes, 9 de julio de 2012

El Dios abandona a Antonio, un poema de Kavafis

EL DIOS ABANDONA A ANTONIO

Cuando de pronto se oiga, a medianoche
a un invisible tíaso pasar
con músicas fantásticas, con voces
tu suerte que declina, tus hazañas
que no fueron cumplidas, tus proyectos
que fueron todo errores, no los llores para nada.
Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente,
dile por fin adiós a Alejandría que se marcha,
y sobre todo no te engañes y no vayas
a decir que fue un sueño, que se confundió tu oído.
No confíes en tales esperanzas vanas.
Como dispuesto de hace tiempo ya, valiente,
como te cuadra a ti, que tal ciudad te mereciste,
quédate inmóvil junto a la ventana
y escucha conmovido, pero no
medroso y suplicante como los cobardes,
como un placer postrero los sonidos,
los raros instrumentos del tíaso sagrado
y di por fin adiós a Alejandría que se marcha.

KAVAFIS

martes, 3 de julio de 2012

The End, un poema de Ana Isabel Conejo

THE END

En mi vida suceden muchas cosas
que nunca han sucedido.
Veo nevar y siento que un ángel está a punto
de arrojarse a nadar para salvarme,
veo una torre y oigo los pasos de Kim Novak
subiendo la escalera de caracol del miedo.
Cuando bebo champán miro a la gente
con la sonrisa de Ninotchka, y hay
por cada lámpara encendida un hombre solitario
que espera a que amanezca
bajo la luz marina de su angustia.

Yo soy todos los rostros que me habitan,
llevo escrita su luz en la mirada,
y puedo despedirme con las lágrimas
serenas de Ingrid Bergman
de cualquier ilusión. Cuando anochezca
aún seguirán conmigo todos ellos.
Mirarán por mis ojos cuando me suba a un tren,
cuando compre unos guantes
o empañe los cristales observando la luna.
Ocurra lo que ocurra,
si termino llorando,
Gary Cooper podrá prestarme su pañuelo
y alguien habrá dispuesto a repetir su truco
con los martinis y las aceitunas
para hacerme olvidar.
Y cuando el fin se acerque
estarán a mi lado
(no necesariamente silenciosos)
y no serán los últimos en irse:
antes me enseñarán
la postrera lección, la más difícil:
la de cómo morir
sin quebrantar las reglas
de la imaginación.

ANA ISABEL CONEJO